domingo, 26 de junio de 2011

Punto 8. Bloque 4 Articulo Leopoldo Zea

“UN PUEBLO CON EDUCACIÓN ES UN PUEBLO LIBRE”.
ENRIQUE RÉBSAMEN

Enrique Conrado Rébsamen nació en Kreuzlingen, Suiza, el 8 de febrero de 1857. Fue el primogénito del matrimonio formado por  Juan Ulrich Rébsamen, educador y director de la escuela normalista de esa localidad por 43 años y de Catalina Egloff, mujer de vasta instrucción, hija de un coronel y consejero gubernamental.
La formación principal de Rébsamen fue en el área de la pedagogía obteniendo diplomas de profesor de primaria y de profesor de escuelas secundarias. Además tuvo amplia preparación en comercio, en idiomas, en botánica, en geología y en paleontología. Desde su época de estudiante realizó aportaciones literarias que abarcaban diversos temas tanto científicos como culturales.
Al egresar desempeñó el puesto de director y jefe de profesores en la escuela recién fundada de la población de Lichtenfels en Alemania, durando cinco y medio años en este cargo. En ese tiempo desarrollo amistad con diversos intelectuales de la época. Uno de ellos, Carlos Von Gagern (de quien leyó el ensayó titulado “Quetzalcoatl” que lo impactó profundamente), tuvo gran influencia en la decisión de Rébsamen de venir a México.
Llegó a nuestro país para encargarse de la educación de los hijos de un comerciante en León. Después vivió en la Ciudad de México, donde entabló amistad con pensadores importantes de la época, entre ellos Ignacio Manuel Altamirano. Se dedicó a investigar diversas cuestiones de lingüística, historia y sociología, así como a escribir ensayos en un periódico capitalino. El entonces Presidente de la República, Porfirio Díaz, se interesó por el trabajo de Rébsamen y lo recomendó con el Gobernador de Veracruz, Juan de la Luz Enriquez, quien manejaba un proyecto educativo estatal de grandes alcances.
Por instrucción de este último, en 1885 Rébsamen se incorporó a la escuela modelo de Orizaba, fundada y dirigida por el alemán Enrique Laubcher. Allí creó la academia normal que indujo al gobernador a llevar a cabo la reforma educativa que ordenaba que en todas las poblaciones se crearan escuelas de distrito que estuvieran a cargo de profesores egresados de la academia. Allí también generó lo que Abraham Castellanos editaría como “Pedagogía Rébsamen”.
En 1886 el Gobernador Enríquez encargó a Rébsamen la creación de una escuela normal en Jalapa y una escuela experimental anexa, que comenzaron a funcionar al siguiente año con veinticinco estudiantes. En ella formó, con las estrategias educativas más modernas de la época, maestros que ejercieron en diferentes lugares del país, modificando la enseñanza primaria. Participó en los Congresos Nacionales de Instrucción Pública de 1889 y 1890, en los que Justo Sierra fungió como presidente y Rébsamen como vicepresidente; en ellos aportó elementos muy importantes relacionados con la organización y el funcionamiento de las escuelas.   A partir de  1891 y a petición del presidente Porfirio Díaz, Rébsamen (sin dejar la dirección de la Escuela Normal de Jalapa) comenzó a trabajar en la reorganización de la instrucción pública en diversos lugares: Oaxaca, Jalisco y Guanajuato en forma personal y en otros siete estados a través de sus discípulos, a quienes asesoraba. Para 1900 ya funcionaban en el país 45 escuelas normales.  Su trabajo sentó las bases del normalismo mexicano bajo la premisa de que, según sus palabras “…lo que caracteriza a la escuela normal es la aplicación teórico-práctica de la doctrina para formar hombres y para formar ciudadanos, siendo esta doctrina científica y práctica…”
En Guanajuato trabajó entre los años 1894 y 1900 realizando, entre otras, las siguientes acciones: fundó la Escuela Normal de León el 3 de noviembre de 1894; redactó la Ley y el Reglamento de Instrucción Primaria a nivel estatal, los que presentan como modalidad especial la creación de escuelas modelo (1895); propuso al gobierno del estado un proyecto de sistemas de medio tiempo en las escuelas del campo (1899); supervisó personalmente el desarrollo y los avances en las escuelas modelo que organizó (1900).
 En 1901 Rébsamen fue nombrado Director General de la Enseñanza Normal en el Distrito Federal por el Presidente de la República, cambiando su residencia a la capital. Su principal encomienda era reorganizar el sistema de escuelas normalistas, labor que en 1903 estaba casi lista. Sin embargo, a finales de ese año enfermó gravemente, lo que lo obligó a trasladarse a Jalapa con el fin de recuperarse. Allí falleció el 8 de abril de 1904, a consecuencia de una meningitis.
La concepción educativa de Rébsamen se apoyaba en autores de la pedagogía alemana (Herbart, Ziller, Diesterweg, Froebel y Kehr), de la francesa (Rousseau y Jacotot), de la inglesa (Spencer y Bain) y desde luego, de la pedagogía suiza (Pestalozzi y Giart). Por ello Rébsamen consideraba su doctrina ecléctica ya que manejaba las reformas y las aportaciones más trascendentales de todas las tendencias  pedagógicas. 
  Durante toda su vida Rébsamen realizó incontables publicaciones. En 1888 adaptó para México el Atlas Geográfico de Volckmar. En 1889 fundó la revista pedagógica, científica y literaria “México Intelectual”. En 1899 publicó el “Método de Escritura y Lectura”, conocido como Método Rébsamen, libro que hasta 1929 había alcanzado los cuatro millones de ejemplares vendidos. En 1900 publicó la guía para la enseñanza de la escritura y lectura en el primer año escolar.
El pensamiento de Enrique Conrado Rébsamen, si bien se ubica naturalmente en el contexto de la enseñanza normalista, tiene las condiciones de vigencia que le permiten trascender en el tiempo y en el espacio a otros campos de la pedagogía, ya que se fundamenta en principios que en términos actuales se relacionan con la calidad y la pertinencia de la educación.

CARLOS ARTURO CARRILLO GASTALDI
Mientras pueda hacer algún bien a la humanidad, me creo en la obligación de trabajar por ella, y aún cuando un sólo instante de vida me quedara, lo emplearía con gusto en el bien de la niñez.
Este generoso pensamiento pertenece a uno de los más notables y adelantados educadores nacidos en territorio veracruzano. Su trabajo como profesor y su obra escrita acerca de la educación, la escuela y el maestro, lo llevaron a ocupar un sitio preferente entre los grandes educadores de México. Este hombre fue Carlos A. Carrillo.
El niño a quien dieron el nombre de Carlos Arturo, hijo del señor josé julián Carrillo y de doña Carmen Gastaldi, nació en Córdoba, Ver., el 27 de julio de 1855; en ese momento nuestra nación vivía los efectos de la Revolución que inició en el sur del país cuando don Juan Álvarez, en marzo de 1854, proclamó el Plan de Ayutla. El triunfo de los liberales afectó la vida de la familia Carrillo, pues don José julián había servido al Partido Conservador, opuesto al Partido Liberal. Así, cuando Carlos Arturo aún no cumplía un año, la familia se trasladó a Xalapa. En esta ciudad habrían de transcurrir la infancia y la juventud de Carlos A. Carrillo.
Dentro de la familia, el niño aprendió a leer y a escribir a la edad de cinco años, gracias a la enseñanza que recibió de una tía suya. Ingresó a la escuela y, a pesar de padecer desde entonces una enfermedad bronquial, durante su educación primaria y secundaria obtuvo siempre muy altas calificaciones; sin embargo, la enfermedad lo limitó para desenvolverse como cualquier otro niño y lo hizo débil de cuerpo, retraído y quieto. Quizá por eso se entregaba por entero al estudio en los libros.

Aunque había manifestado inclinación por los estudios de medicina, a los trece años ingresó al Seminario Conciliar para estudiar la carrera de derecho. Fue tal su dedicación y aprovechamiento que cuando a mitad de la carrera presentó sus exámenes, lo hizo de manera tan brillante que quienes lo examinaron reconocieron que podía presentar exámenes para titularse de abogado, pero ni su padre ni el propio Carlos aceptaron esa posibilidad. Carlos Arturo continuó sus estudios en un colegio del estado; allí, siendo alumno, fue designado catedrático en varias materias.
Al terminar su carrera, y después de haber practicado en el Tribunal Superior de justicia, era de esperarse que Carlos A. Carrillo se titulara como licenciado en derecho; sin embargo, Carrillo nunca decidió titularse, a pesar de que, por sus cualidades, su futuro como abogado se le abría de manera muy amplia y prometedora.
Quizá sólo estudió esa carrera por complacer a su padre que era licenciado en Derecho; tal vez no era esa su vocación porque, a partir de ese momento, probablemente motivado por su experiencia como catedrático o influido por la forma en que desde niño vivió su vida escolar, decidió dedicarse por completo y para siempre a la educación de la niñez.
No, yo no comprendo al niño convertido en máquina para repetir pensamíentos ajenos, siquiera sean los más brillantes de los más insignes pensadores; el niño quiere decir alma, inteligencia, corazón y vida, vida que aspira a la luz de la verdad, como la planta a la del sol. Educar al niño no es embodegar en su cabeza frases que otro elaboró, y que para él carecen de sentido; no es vaciar en su memoria libros; es enseñarle a pensar por sí mismo, a díscurrir él mismo, a expresar su pensamiento con palabras buscadas y combinadas por él mismo también, es, en suma, ejercitar todas las fuerzas de su espíritu, darle impulso para que recorra su camino, prestar alas a su actividad para que tienda el vuelo al cielo luminoso de la verdad para la que ha nacido
Así pensaba aquel joven que abandonó las leyes para dedicarse al magisterio. Es tan claro y adelantado su pensamiento que todavía en la actualidad sigue orientando el trabajo de los maestros.
Carlos A. Carrillo se inició como maestro de niños en un colegio de Xalapa llamado instituto Pestalozzi. Allí tuvo la oportunidad de confrontar lo que sabía con la realidad de un grupo de niños; el conocimiento que obtuvo acerca de ellos y la experiencia de conducir en su educación a seres tan pequeños le produjo tanta satisfacción y entusiasmo que de ahí en adelante casi no hablaba de otra cosa. Estableció, poco tiempo después, su propio colegio en Xalapa, pero donde habría de comenzar a desarrollarse como gran educador fue en la escuela primaria que abrió en Coatepec con el nombre de Instituto Froebel.
En aquella lejana época, no había en nuestro estado de Veracruz escuelas donde se prepararan profesores; por lo tanto, el joven Carlos A. Carrillo no era maestro de profesión, pero como durante su vida de estudiante y por interés propio estudió y aprendió varios idiomas, este aprendizaje le permitió leer las obras de los grandes educadores extranjeros, y lo que aprendió en ellas, sumado a sus propias ideas, lo convirtieron en un excelente y sabio maestro.
En ese momento gobernaba la República el general Porfirio Díaz. Los gobiernos liberales le habían dado al país un gran impulso hacia la modernidad; en el campo de la educación había muchas ideas renovadoras, pero en la inmensa mayoría de las escuelas se educaba con métodos muy anticuados e ineficaces.
El maestro Carrillo combatió apasionadamente la forma en que se educaba a los niños en estas escuelas, y para difundir sus ideas renovadoras publicaba un periódico semanal al que llamó El Instructor. Meses más tarde lo sustituyó con ventaja por una revista educativa a la que tituló La Reforma de la Escuela Elemental. Ambas publicaciones fueron ampliamente reconocidas y apreciadas por el magisterio veracruzano y de todo el país.
Cuando en 1886, el gobernador del estado, general Juan de la Luz Enríquez, fundó la Escuela Normal en Xalapa, designó como director de la misma al maestro suizo don Enrique C. Rébsamen y a don Carlos A. Carrillo como catedrático.

Al poco tiempo, en reconocimiento a sus grandes méritos, el maestro Carrillo fue invitado a dirigir la escuela primaria anexa a la Escuela Normal de la Ciudad de México. Desde allí, tal como lo hizo desde que se convirtió en maestro, siguió escribiendo incansablemente acerca de muy variados temas y asuntos escolares, siempre con gran pasión por la educación y con gran amor por los niños.
Su intensa vida profesional y su padecimiento asmático fueron, poco a poco, minando su de por sí débil organismo. En la Ciudad de México, el 3 de marzo de 1893, a la edad de treinta y ocho años, el maestro don Carlos A. Carrillo Gastaldi dejó de existir. Con su muerte, México perdió a uno de sus más grandes educadores y Veracruz a uno de sus hijos más preclaros.
La labor magisterial de Carlos A. Carrillo fue constante, intensa y fructífera; su obra escrita, casi toda ella en forma de artículos periodísticos, constituye una de las más sabias y ricas aportaciones a la educación nacional y universal.
Manuel Regino Gutiérrez, nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz, el 29 de marzo de 1852. Fueron sus padres el señor José Julián Gutiérrez y Fernández y la señora doña Damiana Ponce de León. Los primeros años de su infancia los vivió en la hacienda de Pacho. De niño tuvo como profesor de primeras letras a los distinguidos pedagogos de aquella época Manuel Castro, Juan Pérez Amador y Teodoro Kerlegand. Al concluir su educación primaria ingreso de inmediato al recién establecido Seminario Conciliar, donde fueron sus condiscípulos Salvador Díaz Mirón, Carlos A. Carrillo, Eduardo y Enrique Jiménez.
Su gran inteligencia y aplicación le hicieron alcanzar en poco tiempo el certificado para ejercer como licenciado en derecho, habiendo ocupado los siguientes cargos: Juez del Distrito de Misantla, magistrado del Tribunal Superior de Justicia y Diputado por Xalapa a la H. Legislatura local. Además de la carrera de leyes, realizó estudios de ingeniería y farmacia, graduándose años después en ambas profesiones.
También fue constante en el estudio de la física y la psicología. En los Estados Unidos se especializó en electricidad y hablaba a la perfección, además del español, inglés, francés, alemán y latín.
Se destacó como catedrático de física en el Colegio Preparatorio y en la Escuela Normal Veracruzana, fue oficial de la mesa de calculadores de la Comisión Geográfica Exploradora, miembro de la Comisión encargada del levantamiento de la Carta Geográfica del Istmo de Tehuantepec, organizador y director del Observatorio Metereológico Central del estado, director técnico del ferrocarril Xalapa-Teocelo-Huatusco-Córdoba, director de la instalación de la Planta Eléctrica de Texolo, precursor del invento de los audífonos y dictáfonos, y fue miembro de varias sociedades científicas y literarias.
En 1901 don Enrique C. Rébsamen solicitó permiso para separarse de la Escuela Normal; el gobernador del estado don Teodoro A. Dehesa, nombra director de esa Institución al Licenciado Manuel R. Gutiérrez. Durante sus funciones en este cargo le preocupó mucho el problema filosófico de la educación y el método. Sus especulaciones lo llevaron a resultados que discreparon con el concepto, que sobre el método pedagógico habían sostenido los señores Enrique C. Rébsamen y Justo Sierra en su obra la "Nueva faz de la evolución"; rechazó la pluralidad de métodos y sostuvo con enorme fuerza científica y filosófica la unidad del método. No estaba de acuerdo con la tesis que admite la existencia del método objetivo y defendió la que afirma el método subjetivo. Murió el 12 de abril de 1904
Más aún, al abordar el problema racial Leopoldo Zea lo ubica más allá de las diferencias somáticas lo cual le permite resemantizar su contenido al precisar, en referencia al lema vasconceliano “Por mi raza hablará el espíritu” de la Universidad Nacional de México: “Raza que no es raza, sino actitud de respeto para todas las expresiones de lo humano, y a partir de este respeto, la posibilidad de una Cultura de culturas y de la Nación de naciones con que soñaron nuestros mayores” [Zea, 1993: 422].

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